Hoy por hoy, la publicidad está por todas partes aunque en ocasiones no nos percatemos de ello. Los medios de comunicación, en cualquiera de sus modalidades, nos muestran cómo es la sociedad, la cultura, la forma de vida y, sobre todo, cómo estos medios modelan el comportamiento colectivo. Somos conscientes de que el fin último de la publicidad es vender un producto; para ello se nos muestran situaciones que están al límite de la realidad, situaciones idílicas, con modelos deseables y que se encuentran en contextos, muchas veces, surrealistas. Esto es el triunfo de la publicidad, el ser capaz de persuadir a diferentes perfiles de personas de modo que se sientan identificadas con estos escenarios de película y creando la sensación de necesidad de consumir. Pero todo este mundo oculta lo que la sociedad siente en realidad, absorbida por una sensación de amargura y desesperación al entender que lo que se nos muestra en estos anuncios es, a menudo, inalcanzable.

Formalmente, Lágrimas subliminales es una instalación mural compuesta por la unión de 576 cajetillas de tabaco, que sirven como lienzo sobre el que se realizan graffitis, a los que, a su vez, se les superponen imágenes publicitarias serigrafiadas.